ES Y A FONDO, LA
REFORMA DEL PODER
Por Rebeca Ramos
Rella
HEMISFERIOS
La
conclusión, por evidente, del análisis serio y objetivo en editoriales,
opiniones y reflexiones de los observadores y desmenuzadores de la agenda
nacional, es que lo ocurrido en Guerrero hace más de un mes, ha lastimado
severamente al país; ha dañado la imagen de México en el orbe; ha menguado la
admiración internacional sobre las reformas constitucionales logradas y ha
moreteado el liderazgo del Presidente.
Los
sucesos deleznables en Ayotzinapa y en Iguala han expuesto a la luz, la
podredumbre, los vicios, los recovecos de la entraña cancerosa de nuestro
sistema político, invadido de crimen, impunidad y corrupción. De los muertos,
los heridos, los desaparecidos y los culpables materiales y autores
intelectuales de esa noche trágica; del dolor y de la esperanza; de la
indignación y la condena social, de la gravedad de lo ocurrido estamos ya
desfogados en el cuestionamiento general de la funcionalidad y efectividad del
Estado y de la credibilidad ciudadana, ya de por sí escasa, apática, harta de
las instituciones y de quienes las sacan de la abstracción y las hacen entes
vivos, supuestamente al servicio de la sociedad.
Los
mexicanos estamos hastiados de las y los corruptos empoderados; de sus
complicidades, de la impunidad que les dispensan sus mentores, partidos y
líderes; de su condición de intocables, que los transforma en monstruos
engreídos y transgresores de la ley, que juran respetar y honrar, pero que
pisotean en aras de sus intereses, ambiciones y facciones. Son sus mentiras,
simulaciones y cinismo; sus excesos groseros en lujos, dispendios, prepotencia
que hieren la pobreza y la imposibilidad; el esfuerzo cotidiano que millones
tenemos que inyectar a la labor, para sobrevivir con rasa dignidad; ya no
digamos de quienes apenas comen.
La
soberbia, la codicia, los lujos, el robo brutal y descarado; el despotismo de
quienes ostentan el poder, que paradójicamente, los ciudadanos les entregamos
mediante el voto y la confianza social que ello supone, es la “normalidad
política”; lo cotidiano, el pan de todos los días, que ya no nos sorprende; nos
ofende, nos enoja: lo señalamos y lo criticamos, pero en mayorías, ya rendidas
por la inercia, toleramos, asumimos la realidad, que no podemos cambiar, porque
así son las cosas en este país. Así es la clase política, gobernantes,
legisladores, líderes, partidos.
La
política en México es sucia, tienes varios rostros; cola larga; lengua aguda;
raíces podridas. Eso piensan los ciudadanos; sobre todo, los jóvenes. Todos son
iguales, la máxima que dobla el ánimo de un cambio desde el fondo.
Y
no es novedad que el poder político se embadurne del fango maloliente del
crimen organizado. Todo es poder. Y la historia del mundo ha registrado esas
parentelas, maridajes espeluznantes y padrinazgos abyectos, pero muy útiles,
entre los que resguardan y velan por la ley y la justicia; por el bienestar del
pueblo y entre los que se dedican a romperlas, burlarlas y usarlas a su
conveniencia. El dinero y el poder político; el negocio ilegal; el control de
territorios, huestes y vidas; el dominio sobre la muerte, a quiénes les toca y
cómo y, a quiénes no.
Ya
en el sexenio azul pasado, la crítica iracunda era haber destapado la atarjea
sin estrategia eficaz de por medio. Y salieron los demonios, las brujas, los
parásitos vestidos de oro y de sangre, que también nuestra historia registra,
se habían alimentado del poder político maridado con el crimen organizado,
entonces, hace más de 50 años atrás. ¿Y quiénes permitieron, sabían, callaron,
concedieron, omitieron, convivieron, departieron?
Hace
algunas semanas que el Presidente Peña ha de recordar aquella “entrevista”
colectiva en Palacio Nacional, donde algunos periodistas le preguntaron y lo
alabaron, sobre las reformas parteaguas, históricas, que reconfigurarían al
nuevo México. Particularmente debe acordarse del cuestionamiento sobre la
corrupción y el compromiso de campaña aún no cumplido sobre la creación de un
Instituto Nacional contra la Corrupción, que por alguna razón desconocida,
quedó en el tintero de los grandes cambios legales logrados.
El
Presidente Peña respondió elusivamente. Palabras más, dijo que la corrupción es
una cuestión cultural y que con mejor educación, podía combatirse. A nadie
satisfizo la respuesta; en esa ocasión no lo vimos indignado, ojeroso, ceño
fruncido y molesto hasta la rabia, como cuando empezó a incluir, tomando el
toro por los cuernos, en sus discursos diarios, el escabroso y lastimoso tema
de la desaparición forzada de los normalistas guerrerenses y de toda la
corrupción y sordidez que esta marca dolorosa en los “capítulos de éxito” que
estamos escribiendo los mexicanos, ha impreso con sangre, llanto y reclamo
vociferante, en la historia actual, la de las grandes transformaciones.
En
la reflexión balanceada, los cambios estructurales soslayaron el fundamental,
el de la nueva y urgente forma de ejercer el poder y servir al país; el de la
reivindicación de la política como oficio humano para unir, modernizar,
modificar y crecer, bajo el amparo y el respeto al Estado de Derecho, para
fortalecerlo y garantizarlo más efectivo; tarea que pasa necesariamente por el
robustecimiento de las instituciones que forjan el Estado Mexicano; sí el mismo
Estado al que absurdamente culpan los anarquistas, la guerrilla urbana, los
grupos de choque al mando de psicópatas megalómanos, políticos o criminales o
las dos cosas; esos encapuchados avivadores del resentimiento y del ardor social,
ante la desgracia de los normalistas, que infiltrados, curiosamente bien
adoctrinados en concepciones extremistas y radicales; bien equipados y
suministrados en recursos materiales y financieros para desplazarse, para
subsistir en “su causa”, están manipulando, políticamente y, con mira
electorera revanchista, a las marchas, protestas, movilizaciones sociales, que
fluyen diario en varios estados de la República y que, en la prospectiva,
pretenden sembrar más odio, enardecer el desánimo, desestabilizar social y
políticamente al país y moverle el tapete a los órdenes de gobierno, con el
propósito de enrarecer el ambiente previo a la elección intermedia que ya
viene. Los comicios que serán el refrendo al gobierno de Peña Nieto.
Y
sigue siendo el poder el centro de la disputa, porque a estos traidores a la
sociedad y a la Nación, poco les importan los ciudadanos honestos que diario
labran su supervivencia honradamente, padeciendo bajísimos salarios, precios en
alza, la inseguridad; la corrupción de calle; los pésimos servicios públicos y
en el peor de los casos, el desempleo, la precariedad, la miseria, el hambre y
la desesperanza.
Saben
que en las desigualdades sociales y económicas que millones en el país estamos
sufriendo, hay tierra fecunda para germinar más violencia, más rencor, más
negación, más intolerancia, más polarización.
Ayotzinapa
es una llave que abrió una caverna honda que baja a los subterráneos purulentos
del sistema político caduco, que persiste, que daña, que nos atasca como país.
Esta triste ocasión, nos ha sacudido para que recordemos, que mucho hemos
logrado y vencido, pero que en lo esencial, en la base, hay gusanos, hay mucha
podredumbre que debemos limpiar, que debemos destruir ya.
Si
esta es la mega crisis del sexenio, como la llaman algunos politólogos y
opinólogos, creo que se quedan cortos. Este acontecimiento es el genuino
parteaguas en la historia moderna de México.
No podemos avanzar ni crecer, ni ser exitosos, ni líderes, ni actores
con responsabilidad global, ni podremos ganar los laureles como Nación que se
transforma, envidiable y referente de nada, si lo normal para todos es
consentir la corrupción, la impunidad, la muerte, la violencia, la injusticia,
la inhumanidad, el cinismo y el abuso del poder político y del criminal que ya
vemos, se mimetizan, se enjuagan unos a otros.
En
Michoacán, Guerrero, Morelos, Jalisco, Tamaulipas; en el Estado de México…; en
el PRD, en el PAN, en el PRI, en Morena; en los partidos, en los congresos
locales y en el Federal; en los municipios más recónditos o en los más
desarrollados; por todos lados la narcopolítica, la criminalización de la
política ¿Es nuestra realidad?
Si
un presidente municipal y su esposa son los criminales; si el exgobernador de
Guerrero gozaba de favores financieros de la pareja diabólica; si el partido
postulante de estos viles servidores públicos, los apoyó para encumbrarlos con
todo y su historial criminal, cínico, codicioso, violento y arbitrario hasta el
extremo de la ignominia; si fueron los policías los secuestradores y los
asesinos, pagados y al servicio del crimen organizado; si se habla de sobornos,
complicidades, falsos discursos, empleados de uno y de otro bando dentro del
gobierno municipal y estatal en Guerrero, entonces ¿Dónde está el Estado de
Derecho que proteja a los ciudadanos y garantice respeto, aplicación y la
frontera de la ley que limita el poder político en este país?
La
pena por los perdidos que no aparecen; lo lastimoso e increíble por grotesco y
desgarrador de las crónicas enredadas de la detención y del paradero de los 43
estudiantes normalistas y todo el desagüe que ha fluido putrefacto este hecho
lamentable, ha desentrañado lo que quizá se pretendió desdeñar; lo que no era
prioridad en la agenda transformadora; lo que en un sexenio no se resuelve ni
cambia por decreto, porque habría que lavar el cerebro a las últimas 3 generaciones
de políticos y gobernantes de este país y de la sociedad mexicana, que, hay que
decirlo, también tenemos responsabilidad.
Entonces
¿Nos merecemos los gobiernos, las autoridades, los legisladores que tenemos?
¿No
existe la conciencia a la hora del voto? ¿Nos obligan a elegir a
narcopolíticos? ¿No somos corruptos todos, al pagar mordidas; al distribuir
nuestra basura en las rejas de los vecinos; al comprar en reventa; al instalar
diablitos de luz y robar el cable de la casa de al lado; al hacer propias las
ideas de otros para pararnos el cuello con sombrero ajeno; al desprestigiar
sórdidamente al contrincante; al “grillar” al compañero o compañera de trabajo,
incómodos?
Todo
eso es corrupción y es un círculo vicioso. Si los poderosos se roban el dinero
del pueblo, ¿Para qué pagar impuestos? Si los servicios públicos son pésimos y
los de salud y educación, más que malos ¿Para qué sirve el Presupuesto de
egresos que cada año se discute y se aprueba en el Congreso federal?
Ahí
están los fraudes en Pemex, en Oceanografía. Y los gobernantes recurren a
decisiones populistas para recuperar algo de credibilidad perdida en el
servicio y en el oficio, cercenando el raquítico salario a las estructuras de
gobierno, pero empezando por las de hasta abajo, por las que ganan apenas para
medio pasarla decorosamente. Para que se sienta la muestra de la racionalidad
austera, que pronto se diluye frente a la vida posible y onerosa de los de
arriba. Todo el pueblo lo ve, lo sabe, lo apunta. Pero alégrense de tener
trabajo por lo menos.
¿Qué
incuba a la corrupción y a la impunidad?
Las
desigualdades, sociales y económicas; la discriminación y el resentimiento
social alimentado por estas brechas oscuras que a millones los sentencian a la
invisibilidad, al abuso, a la vida azarosa que revive en la quincena y que se
desgaja días después; a la no vida de no tener más que tortillas y frijoles
para superar el día.
Y
los tentáculos filosos y llenos de pus del sistema político que en el cimiento,
sigue ensanchando estas brechas, salieron de su cueva en Ayotzinapa.
Los
desaparecidos tienen que aparecer; el exgobernador debe ir a la cárcel por
encubridor y cómplice; los altos funcionarios de ese gobierno estatal y los de
seguridad nacional, que sabían de los vínculos del exalcalde y de su pareja
criminal y no hicieron su trabajo eficazmente, deben ser castigados. El PRD y
los padrinos y madrinas, los políticos que impulsaron a los Abarca, deben ser
evidenciados y sancionados.
Si
Peña va en serio, en éste, el verdadero golpe de timón de su sexenio, que no
fueron las 11 reformas, sino la confrontación de este episodio trascendental en
la vida nacional, que ha sido ver cara a cara a la corrupción política coludida
con el crimen organizado y a la impunidad de ese pacto infausto, debe darlo. Es
el manotazo que se necesita Presidente. Los mexicanos queremos justicia y la
prevalencia inobjetable del Estado de Derecho.
Y
queremos algo más. La Reforma del Poder.
Por
décadas los partidos y los gobernantes se han sustraído a enfrentar el magno desafío
de transformar desde la entraña, al sistema político mexicano. No les ha
convenido. Se han quedado medianos en Reformas políticas y electorales, pero el
rediseño de la forma de gobernar, de pactar, de legislar y de convivir como
sociedad políticamente organizada en instituciones, a esto no le han entrado.
No han querido derruir a la corrupción; ni han querido desterrar a la
impunidad.
Ante
la bola de fuego que veloz gira destructiva, ladera abajo, esa mole hirviendo
en llamas, que es Ayotzinapa, Iguala, Guerrero, antes Michoacán…antes otros
estados y regiones y aún varios en el país, el Presidente Peña ha hecho suyo el
alarido del ¡Ya basta! Más cuando, los oportunistas ciertamente ignorantes,
ciertamente manipulados títeres han estampado pintas en calles y paredes, en
mentes y redes sociales, esa leyenda: “Fue el Estado” –el culpable de los
desaparecidos, muertes, heridos y excesos criminales y violaciones de derechos
humanos-.
Estos
alborotadores, no atinarían a describir correctamente la definición de
“Estado”, si se les cuestionara, pero en el Estado, entran gobierno, territorio
y población, según los juristas y si citamos a Hegel, el Estado es la
conciencia de un pueblo. De manera que la culpa sería, es de todos nosotros.
El
Presidente Peña ha convocado a la representación del Estado Mexicano, a
gobernadores legisladores, partidos, líderes sociales a firmar un Acuerdo por
la Seguridad y el Estado de Derecho, como la suma que une contra la corrupción
y la impunidad. Es un llamado que se reconoce y que corresponsabiliza a todos,
en el cerco que ha de evitar futuros Ayotzinapas. Pero la seguridad y el Estado
de Derecho no se pactan, se ejercen, se garantizan, se cumplen, como lo
establece la Constitución. Y una firma, la foto y la voluntad no aseguran que
la corrupción y la impunidad se borrarán de tajo.
En
efecto, este Acuerdo es un compromiso a la vista de la sociedad, que estos
actores políticos asumirán. Pero el mal es más grave que la medicina. Aquí se
requiere una cirugía mayor; una extracción de tumores malignos, no
tratamientos.
Pactar
contra la manera corrupta e impune en que la clase gobernante se ha manejado
por décadas y que a su vez reproduce corrupción y abusos en la conducta social
cotidiana y dominio de criminales para prosperar en sus negocios y poder, es un
estadio más arriba que otro Acuerdo por la seguridad, como el del sexenio
pasado.
El
Estado de Derecho, es decir, el sistema de leyes e instituciones que se rige por
la Constitución y bajo el cual, se someten jurídicamente autoridades y
servidores públicos que han de respetar y garantizar el ejercicio pleno de los
derechos fundamentales de los ciudadanos, es una condición per sé del Estado y
de la Carta Magna que lo tutela, de manera que para salvaguardar la prevalencia
del Estado de Derecho, un Acuerdo colectivo no es suficiente, basta con hacer
respetar, cumplir a la letra la Constitución y sancionar, con todo el peso de
la ley, su violación, la omisión, la comisión, el delito que atente contra su
fortaleza e imperio.
El
Acuerdo Nacional que se requiere es más ambicioso. Todos queremos paz,
convivencia armoniosa, respeto, dignidad, Estado de Derecho efectivo. En eso
nadie puede contrastar.
Lo
que México necesita para sanearse desde las vísceras es una Reforma del Estado,
que incluya lo que invoca Peña y que selle por siempre, en las fosas macabras,
no a más muertos por manos criminales y narcopolíticas, sino a la fuente que
engendra la corrupción y a la impunidad, que tanto laceran nuestra vida y
nuestro destino.
¿Será
esta la hora?
¿Se
atreverán, los políticos, a cambiar?
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