Por Rebeca Ramos
Rella
HEMISFERIOS
Lo
vivido por el país estas últimas semanas es uno de los peores resultados de las
epidemias que nos carcomen hace décadas: la corrupción y la impunidad. Nuestra
ropa podrida es una vez más, expuesta a los ojos de los mexicanos y del mundo.
El ogro de la barbarie resurge y recordamos que en el fondo, nada cambia;
sobrevive y empeora; en las profundidades siguen vivos y campantes, los vicios,
las mañas, los excesos de un sistema político arbitrario y caduco, tejido a
base de las más oscuras formas de ejercer el poder, de entregarlo y
arrebatarlo; el poder corrupto que sigue avasallando con el lodo del
consentimiento de las “autoridades”; con la purulencia de la complicidad, el
negocio, el autoritarismo, el abuso del poder; de los intereses de partido, de
grupo y facción, que continúan sacrificando lo valioso, lo noble, lo ético, lo
legal, por más poder, dinero y control.
En
México hay muchas comunidades y municipios; hasta estados completos, en los que
la “modernidad” y las “grandes transformaciones” no existen, sólo en los
discursos; menos las leyes que no se respetan ni se aplican. La imposición del
más fuerte es el imperio, sea autoridad, sea desalmado criminal o las dos
cosas, en el colmo.
Hace
apenas unas semanas, el mes pasado, en exitosa y lucida gira de trabajo por
Nueva York, el Presidente de la República, recibía los honores, los aplausos,
los bravos y los premios al Estadista del Año; al Ciudadano Global; la
Presidencia de la Alianza para el Gobierno Abierto. Uno de los elogios
emblemáticos provino del nonagenario Henry Kissinger que al alabar las 11
reformas estructurales logradas, afirmó reconociendo: “México pudo haber
continuado por el camino de décadas anteriores; le podría haber ido bien con
cambios marginales. En lugar de ello, el Presidente Peña Nieto eligió el camino
más difícil (…) La tarea final de un líder es llevar a su sociedad de donde
está a donde nunca ha estado. Eso requiere coraje para escoger lo que parece en
un principio un camino solitario y, carácter para dominar la persistencia con
la cual perseguirlo.” Un ramo de flores. Los laureles.
Nadie
le escatima al Presidente su visión, el temple, la prospectiva, el logro de los
acuerdos –el Pacto por México-, cediendo, como bien lo recalcó en el púlpito de
la tribuna global frente a la Asamblea General de Naciones Unidas, al
referenciar los cambios en México, como el camino a seguir para reformar a la ONU:
“Cambiar nunca es fácil, menos cuando se requiere una transformación de fondo
que depende de la cooperación de múltiples actores y cada uno tiene sus
respectivas prioridades e intereses.” Y de esa experiencia triunfante,
conquistada por las fuerzas políticas en México, dio cátedra para proponer, de
una vez, la transformación del Consejo de Seguridad.
Este
fue un tiempo cumbre para su mandato. Indudablemente. El “Moment of Mexico”,
hasta esa semana global, sobrevivió y glorificado por el mérito y la palmada de
las potencias, los expertos, los líderes, la opinión pública del orbe. En lo
personal, como analista y observadora de los fenómenos nacionales e
internacionales, sentí orgullo y satisfacción. Los mexicanos sabemos de la
grandeza de nuestro país y por fin parecía que el camino era llano para la
plenitud del liderazgo que merece México. Pero también conocemos bien, porque
somos parte, de sus enormes contradicciones, contrastes, problemas e
injusticias.
El
recordatorio de los defectos del sistema, los usos y costumbres, las formas y
deformadas en lo político, cultural y social, que por años han sido soslayadas,
tapadas, escondidas, por las elites y gobernantes en su tiempo, persisten ahí,
se agravan; se acendran y un día, se exacerban.
La
historia nos dicta que así han emergido todas las revoluciones sociales. Desde
el fondo y desde abajo. Y usualmente fue un factor, lo que las desató. Lo que
fue una piedra, se convirtió en bola de nieve o de fuego tan devastadora para
arrasar contra lo arcaico y dar opción a lo nuevo.
El
Presidente Peña quiso, decidió, dar un golpe de timón desde que se comprometió
a “transformar y a mover a México” y como acertadamente lo redactó Kissinger,
se ha propuesto, quiere llevar a México a un lugar donde nunca ha estado.
Por
esto, la gran meta ha sido reconfigurar la fisonomía y potencialidad de nuestro
país en la concepción de la comunidad mundial, lejos de aquella aberración
gringa del “Estado fallido”; de la inseguridad, la violencia, la narcoguerra,
la muerte sañosa, que envenenó nuestra convivencia los últimos 8 años. Mejorar
y empoderar la imagen de México como un país seguro, atractivo para las
inversiones; en transformación; unido, en paz y en legalidad, tuvo su cúspide,
hasta que en la periferia, alguien dio una orden descabellada, irracional,
déspota, asquerosa en su concepción.
La
noche de Ayotzinapa y todas las raíces enredadas que revela y que revelará más
y hasta donde tope, abajo, en el subterráneo de las distorsiones del uso y del
abuso del poder público, nos devuelve a una realidad rupestre, sanguinaria,
inhumana, destructiva, que no hemos atendido, ni hemos prevenido, ni evitado; a
conductas que no hemos desterrado, ni como sociedad, ni en los tres órdenes de
gobierno.
A
casi un mes de la matanza, de los heridos, desaparecidos; de los detenidos y de
la letanía de bandazos de los partidos, líderes y autoridades involucradas, por
encomienda y deber y por interés y complicidad, nadie sabe a ciencia cierta el
motivo de este acto de ignominia, que nos lastima y nos etiqueta a todos los
mexicanos. La vergüenza es colectiva.
Tenemos
todo para ser una potencia global; así se perfilaba nuestro futuro, según las
reformas consensadas en la pluralidad y aplaudidas por el orbe; el horizonte se
nos abría extenso y ventajoso, sí, hasta que cayeron los muertos, los
desollados, los calcinados y los desaparecidos. Todos jóvenes humildes,
candidatos a maestros rurales; varios protagonistas de historias desgarradoras
de superación, sacrificios y esperanzas de mejor condición de vida.
Ellos
y su sufrimiento infligido, obligan a revisar que lo acordado entre las fuerzas
políticas en histórico pacto, que por fin destrabó al país del entumecimiento y
que pudo modificar la Constitución para asentar las nuevas reglas legales de
coexistencia social, de competitividad, modernización, apertura, transparencia,
contienda política y electoral; en telecomunicaciones, educación, finanzas y en
cambios fiscales, todo ese entramado que augura un futuro más próspero,
equitativo y justo para los mexicanos, en el mediano plazo, no puede llegar
hasta las tinieblas del infierno que se padece en miles de rincones del
territorio nacional donde la ley es el balazo, el aniquilamiento; el odio y el resentimiento
social, que germinan las graves desigualdades que persisten y la gigantesca
ambición y corrupción de autoridades de todos órdenes de gobierno, que hace
décadas se encumbran coludidos, emparentados, comprometidos, embadurnados de
crimen y con el crimen y se vuelven el crimen mismo.
Y
lo más detestable de lo que hemos atestiguado estas semanas, es que si bien la
prioridad para el Gobierno Federal es encontrar a los desaparecidos y aliviar
el dolor de sus familias y hallar a los culpables, los asesinos, las mentes
torcidas que dieron la orden y demás malhechores, lo cierto es que Ayotzinapa
es hoy mucho más que la búsqueda de vidas y paraderos y de aplicación de la
justicia.
Lamentablemente
Ayotzinapa se ha politizado, en el sentido peyorativo del término, en todos
ángulos, mientras las familias de 43 jóvenes están rotas por dentro.
Es
igualmente vomitivo, como lo fue la noche macabra en Iguala, el rosario de
justificaciones y declaracionitis de diputados y senadores, de dirigentes y
colados acomedidos que han centrado el horror de la violencia, la muerte, el
secuestro de jóvenes, en la permanencia o no del Gobernador del estado de Guerrero,
como si dejarlo en el cargo sirviera de algo para hallar a los perdidos. Da
grima y repulsión la forma en que su partido, el PRD se ha enfrascado en una
guerra intestina, como suele ser entre tribus de aldeanos, que nunca han dejado
de serlo, como ya vemos, por no soltar el poder del estado que aún,
constitucionalmente Aguirre detenta pero ya no en la legitimidad, menos en la
confianza ciudadana y de las instituciones federales. El Gobernador de Guerrero
está visto, no gobierna ni tiene el control, ni garantiza nada.
Pero
ante la falta de responsables, la cabeza de Aguirre, han acordado el PAN y el
PRI y demás satélites en el Senado, es un mero paliativo en su caso, para
menguar la rabia e indignación social, en México y en el mundo y es por lo
menos, algo hallado cuando ni los jóvenes ni sus ejecutores y verdugos aparecen
por ningún lado.
Pero
el PRD dividido en facciones y la otra izquierda, toda ya cercenada por el
mesianismo necio y autoritario de López Obrador que busca el exterminio de Los
Chuchos y del partido que le sirvió hasta hace poco, se convierte en el circo
de las fieras disputándose el botín de la elección federal del año que entra, en
las que Guerrero, bastión a modo, es una de las piezas más jugosas. Les valen
poco los muertos, los desollados, los quemados y, vivos, dice el protagónico
párroco Solalinde presumiendo saber más que la PGR, por dichos de quién sabe
quiénes, pero él sabe más…
Da
pena, más, la batalla a tres caídas entre los Navarrete, los Encinas, los
Chuchos, los Bejarano, mientras López goza moviendo los hilos de los títeres,
para reventar al PRD que “pactó” con Peña, que se civilizó y lo desconoció por megalómano,
violento y dictatorial. El clamor por justicia de los ausentes, se ahoga en los
gritos entre izquierdosos que desde sus cuevas, se acusan por omisión y por ser
cómplices del huido alcalde de Iguala, que ahora ya nadie conoce, que todos
niegan, hasta López Obrador; que nunca se supo ni importó si era narco
político, asesino, abusador, con tal de que mantuviera la plaza electoral para
ellos.
Mientras
otros piden perdón; otros defienden contra todo, hasta contra los muertos y
despellejados, al Gobernador Aguirre; ahora salen, ya cometido el magno agravio
contra la sociedad, con la “solución”: Van a desnudar, a espulgar los
historiales de sus próximos candidatos y de sus actuales representantes y
gobernantes, para “limpiar” la casa y que no quede duda de que en la izquierda
no caben los criminales. ¿Acaso pensarán que los mexicanos somos miopes e
ilusos…? Nuestro sistema, en el que conviven y gozan de privilegios estos
defensores del pueblo, indica que en un estado, en un municipio, en el país,
nada se mueve sin el conocimiento y la anuencia de los Ejecutivos y si algo se
les escapa, entonces simplemente no gobiernan. Es la esencia del verticalismo
en el ejercicio del poder, característico del sistema político mexicano que
todavía sí, le falta mucho por transmutar.
Y
cierto es que si el Gobernador no sabía de las maneras, contactos e intereses
del prófugo Presidente Municipal de Iguala, entonces no tenía el mando y si lo
sabía y lo minimizó o lo encubrió es tan culpable como aquél. Y si la
dirigencia del PRD, conocía de esas maneras y de la codicia por heredarle el
mando a la “Primera Dama” de Iguala y de sus parientes rufianes y nada impidió
su escalada política, también son responsables de lo ocurrido.
Pero
se tapan, se defienden, tratan de salvar lo insalvable. Se exhiben tal cuales.
Cómplices y cínicos. Les urge recomponer porque se les va la elección; les angustia
que Aguirre caiga por este episodio y adiós Guerrero para el PRD.
Y
el Gobierno Federal, si el Cisen y demás instituciones competentes, tenían
antecedentes, datos, vínculos, sospechas, porque ese es su trabajo ¿Por qué no
previeron lo sucedido? El estado más bronco ¿No merecía una revisión
escrupulosa de escenarios? ¿Confiaban en la capacidad del Gobernador?
¿Es
posible que nadie con un poco de prospectiva política alertara a la cúpula
gubernamental de la eventualidad de estallidos de violencia, después de las
fanfarrias de las reformas logradas y de los vítores del orbe al liderazgo de
Peña y su visión de estadista? Nada es planito en lo político, tiene sus baches
y grietas.
¿Creyeron
que los ardidos políticos, los cárteles golpeados, los capos encarcelados, los
dementes criminales resentidos sociales, no intentarían mover, sí, pero el
tapete al Gobierno de la República, para aterrizarlos de las nubes a donde las
reformas históricas los llevaron unas semanas? ¿O es que en el movimiento
estudiantil del Politécnico no hay infiltrados políticos y grupos de choque? Ya
lo denunciaron los mismos alumnos. Los tirantes los orienta alguien con mucho
interés de que a México le vaya muy mal. Y todos podemos suponer quién es el
manipulador, tan perverso como hábil.
Los
jóvenes de México que padecen la pobreza; el desempleo, la discriminación
social y económica; los que saben de las reformas y también de la escasez por
los altos precios, los bajos sueldos, las oportunidades contadas; los que tal
vez crean que habrá cambios para mejorar, pero que no serán inmediatos, son los
agredidos, son los desaparecidos, son los utilizados por intereses políticos
siniestros. Alguien quiere reeditar un 68 y erigirse en el salvador y como
siempre, usa la precariedad en la que vivimos la mayoría y los más jóvenes,
para azuzar el rencor social, polarizar y desestabilizar política, social y
económicamente al país. Hay leña para la hoguera.
El
fortalecimiento institucional, al que apelan los discursos, como el camino para
evitar lo que ya pasó, no puede alcanzarse si son la corrupción y la impunidad
las bases, las formas, las costumbres; si siguen siendo el hábito para detentar
el poder, para ejercer el servicio público, para gobernar, controlar, imponer,
ganar, conservar y para pactar. Pero en lo que deliberan –las elites políticas-
cómo salir del laberinto de contradicciones, intereses, reclamos, omisiones y
culpas, los desaparecidos siguen siendo la nota internacional sobre México;
siguen doliendo; siguen siendo el motivo de nuestra vergüenza nacional.
El
vuelco de la gloria al averno ha sido para México, un llamado muy fuerte. Algo
continúa pudriéndose en las entrañas del sistema y nada podremos avanzar ni
lograr, ni alardear en tanto los partidos, los órdenes de gobierno, los
líderes, los gobernantes y legisladores, neceen en negociar lo innegociable,
con política y arreglos cupulares, las vidas humanas de jóvenes inocentes; el
futuro productivo y digno de los jóvenes profesionistas.
Con
este deplorable capítulo que también está escribiendo el país, muchos grupos
están llevando agua a su molino para opacar y subvaluar lo vencido, lo
conquistado. Aciertan quienes aseveran que esta es la crisis más terrible del
sexenio y es la prueba a la pericia y también a la integridad. Si van en serio,
habrán de rodar muchas cabezas y desenmascarar a otras, con las evidencias en
la mano.
Nadie
tiene el derecho de secuestrarles un mejor futuro a los jóvenes ni tampoco, a
mantener como rehén de su conveniencia, al país. Esperamos mano dura y justa. Y
ahora sí, con todo contra los corruptos y contra los impunes. Es la hora.
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